sábado, 10 de octubre de 2015

Mensajes para un gran amor CAPITULO 6 ( primera parte)




CAPITULO 6
Sin remordimientos
(primera parte) 



Cuando Adrián y su tío llegaron, hasta los campos propiedad de Ofelia Valente, encontraron en  el lugar varios hombres que iban y venían. Numerosos trabajadores de los viñedos. En esas tierras se cultivaba, se cosechaba y  envasaban los finos vinos que Ofelia exportaba a diferentes países.
Una tranquera cerrada les impedía el paso, para continuar por el ancho camino que dividía los campos. Hacia el final del camino se distinguía una gran casa de dos niveles. No era tan imponente como la mansión Molinari, pero demostraba un buen pasar económico. Tenía aspecto de una residencia más moderna acondicionada para disfrutar de la tranquilidad del paisaje.

-Preguntemos a cualquier trabajador si nos permiten seguir  hasta la casa- sugirió Adrián.

 Adrián fingió ser un reportero interesado en la producción vitivinícola local. Un peón gordito y risueño enseguida les abrió la tranquera, dejándolos pasar a la propiedad con su automóvil. Estacionaron frente a la puerta principal de la casa. Una mujer mayor de mediana estatura, que a pesar de su edad conservaba sus respectivas curvas femeninas, estaba en la galería de la planta baja. Vestía una larga túnica color natural, que llegaba a hasta los pies, bordada en el pronunciado escote con perlas y piedras.  Al verlos descender del vehiculo se acercó al auto con una sonrisa, mirando vivazmente al más joven de los dos visitantes y saludando a ambos con cierta curiosidad.

-¡Buenos días, caballeros! ¿A qué debo el honor de su visita?

Les dijo con una exagerada coquetería en su voz.

- Discúlpenos señora...Buenos días. No queríamos molestarla- fue la tímida respuesta de Florián.

- No es molestia, pero obviamente me hubiese gustado prepararme para la ocasión.

- Señora Ofelia, me disculpo por no haberla llamado previamente por teléfono.

 En la voz de su tío, Adrián notaba por primera vez, cierta vergüenza y recato. Extraña actitud para un hombre sumamente extrovertido. El joven recordaba, como en la casa de doña Ethel, se había presentado desenvuelto y sonriente, y sin el menor protocolo. Aquí Florián, se comportaba de manera acartonada, hasta con cierto resquemor. Daba la impresión de sentir que estaba haciendo algo indebido.

- No creo que se acuerde de mí. Yo trabajaba entregando harina en su casa, hace muchos años... cuando era apenas un muchacho.

Lo aclaró dudando que, una mujer como ella, tuviera memoria de un simple repartidor. A pesar de los problemas financieros que sufrió su familia, Ofelia Valente, siempre se comportó como una niña rica y mimada.  Dividía a las personas en dos clases: las que tenían dinero y las que no. Unas le servían para mantener su status social y las otras para ser sus empleados. Su forma de ser con los demás era amistosa aunque interiormente era una calculadora y se relacionaba solo con aquellos que le convenían. Pero la mayor cualidad de Ofelia fue siempre saber manejar a los hombres. Los hombres la perseguían, en sus años primaverales, seducidos por su belleza y su carácter despojado de pudores. Ella gustaba de ellos y ellos gustaban de ella.
Esa mañana, Ofelia se alegró de que la suerte le obsequiara, la llegada inesperada de los dos caballeros. Últimamente se sentía aburrida de la rutina diaria, y tampoco deseaba alejarse de sus viñedos. A pesar de sus años, recibir la visita un muchacho como Adrián, le resultaba excitante; Ofelia todavía se consideraba capaz de provocar la mirada masculina.
Los invitó enseguida a entrar a su vivienda. El living era de un estilo innovador, con modernos equipos de audio y una pantalla plasma gigante. Adrián se sorprendió al ver que estaba conectada a la última versión de playstation. ¿Quién más vivirá aquí? ¿Tal vez los nietos de Ofelia? Se preguntó viendo varios juguetes electrónicos desparramados por la casa.
 Ella vivía sola, en aquellos campos la vida social de Ofelia era a través de la computadora. Gustaba de la tecnología y su edad no era un impedimento para divertirse con el Internet.

Una vez ubicados en un confortable sillón, su tío, realizó las presentaciones formales e intentó explicar la razón de la visita.

-Soy Florián Di Marco, siempre viví en el pueblo dónde usted nació y...

- Claro, claro del pueblo que gusto verlo ¡Hace tantos años que ya  no voy por ahí!

Lo interrumpió sonriendo Ofelia,  jugando con su pelo como una colegiala. Enrulaba con un dedo las puntas de su cabello. Era verdad, que a pesar de la corta distancia, cuando se instaló en su propiedad, no quiso regresar jamás al pueblo. Ni siquiera a visitar a sus sobrinos.
Florián continúo hablando con un encogimiento que le impedía darle fluidez a sus palabras:

- Traje... a mi sobrino Adrián...hasta su casa... porque es un productor de cine y...

Nuevamente interrumpió Ofelia.

- ¡Tomemos algo fresco, mientras conversamos!

Con un gesto coqueto de sus hombros se levantó para dirigirse, a la barra de su bar particular, que exhibía una sofisticada colección de botellas .En esta escena estaban sucediendo dos situaciones: primero, Ofelia no recordaba a Florián, fingía que le importaba que fuera proveniente del pueblo, y solo le seguía la corriente porque, le interesaba saber quién era Adrián.  Y por otro lado, Adrián no se daba cuenta que ella lo miraba como una gavilán a un polluelo. Siempre le atrajeron los muchachos bien parecidos y Ofelia no dudaba en sus dotes, para atraer a cualquier hombre que le gustara. El cineasta decidió tomar la palabra, para poder ir directamente al asunto por el cual habían viajado.

- Señora Ofelia. Me encuentro filmando un documental en el pueblo. Es una producción muy importante y como director, estoy interesado en poder contar con su participación – le explicó Adrián.

-¡De verdad! - Exclamó Ofelia conteniendo la euforia- ¡Pero qué linda idea!

Ofelia se dedicaba con fervor a sus campos, era una mujer ocupada y rara vez hablaba con desconocidos. El comercio de sus vinos le demandaba mucho tiempo y le gustaba ocuparse personalmente de cada contrato. Cuando mostraba interés por alguien era porque le convenía económicamente o le atraía sexualmente. Tenía un círculo reducido de amigos, solía visitarlos viajando de vez en cuando a la capital. Entonces se divertía  con la vida nocturna de la gran ciudad.
 La zona, donde la peculiar mujer residía, la tenía como dueña de todas las tierras y su mansión estaba rodeada de varias casas construidas para sus trabajadores. Sus jornaleros, instalados en su propiedad con sus familias, nunca entablaban una amistad con ella.




  
-Mis viñedos están a su disposición. Luché varios años yo sola, pero mi empresa creció. Mis vinos son vendidos en los mejores restaurantes. ¡ Y por fin, mi trabajo será reconocido!

Adrián le aclaró rápidamente que no era un documental sobre viñedos, sino sobre la  desaparición de una muchacha, un hecho ocurrido hacía unos cuarenta años. Con el rostro confuso, Ofelia, miró a los dos hombres. Entrecerró un poco sus ojos. Sus ojos eran de color azul cielo intenso,  tan lindos que los años no le habían podido opacar su brillante resplandor. Luego de unos segundos, el brillo alegre de su mirada cambió y se esfumó su amabilidad; se puso de pie cruzándose de brazos y clavando una mirada furiosa en Florián, le dijo:

-¡Ya sé quién  es usted! ¡Ahora le recuerdo bien!

-Mi tío me está ayudando a descubrir el paradero de Dalila Molinari.- argumentó  el muchacho que no entendía que pasaba.

 ¿A qué se debía el cambio de actitud de doña Ofelia? ¿El tío habría tenido algún problema con la señora? El joven productor no podía creer su mala suerte ¡Otra entrevista frustrada!

- ¡Si! - confesó Florián sacando pecho-¡Yo era él qué siempre preguntaba por ella!

- ¡Qué suerte tuviste, de que Benito no te matara!- dijo con un tono cortante y altanero la dueña de casa.

Adrián  tomó nota mental de una cosa. Ofelia era la única que no decía Don Benito o Don Molinari. Esto se ponía interesante: Existía cierto grado de confianza de Ofelia con el padre de Dalila.
 Para evitar un enfrentamiento Adrián intervino enseguida.

- ¡Realmente necesito su ayuda señora Ofelia! Yo le pedí que me trajera, necesitaba conversar con usted a solas. Que su testimonio sea parte de mi documental y tengo poco tiempo para filmarlo. Por eso le pido que me reciba si es posible, mañana a última hora de la tarde.

Rogó el productor con un tono cortés y galante. La dueña de casa era toda una coqueta y eso le causaba mucha gracia al sobrino de Florián. Pero no a Florián,  que se arrepentía de haberla buscado. Era un ingenuo al creer que había cambiado. Se le estremecía el estómago al reencontrarse con la misma petulante mujer, después de tantos años.
Ofelia miró de arriba abajo al joven. Con un tono de niña caprichosa exclamó

-Está bien Adrián, mañana por la tarde lo espero. Yo trataré de ayudarlo.


Y señalando a Florián  sentenció.

- ¡Pero no quiero ningún chismoso del pueblo!

-¡¿Cómo...cómo dice?! Yo no soy un chismoso- farfulló ofuscado Florián.

-¡Ya dije!- espetó Ofelia

Ofelia  extendió suavemente su mano para que el joven la besara.

-Lo veo a usted mañana por la tarde, Adrián.

 Después hizo un alegre y casi ridículo medio giro, y subió por la escalera de su casa, hacia el piso superior, dejándolos solos. Los dos hombres se miraron estupefactos. La escena era de caricatura. Apareció inmediatamente un mayordomo; un corpulento y alto hombre moreno de origen africano. Solemnemente les indicó.

-Caballeros pueden retirarse. Madame Valente, ya los atendió por hoy.

Adrián estaba sorprendido. La mujer era todo un personaje. Salieron de la residencia y subieron al automóvil. Según lo convenido, el cineasta, regresaría sin compañía, al día siguiente.

-Simpática, doña Ofelia  ¿No tío?- dijo el joven mordiéndose los labios para no reírse.
Florián con el entrecejo fruncido se sentó sin abrir la boca. La visita le recordó lo detestable que podía ser esa mujer. Su sobrino lo miraba de reojo mientras conducía. Encendió la radio para romper el frío silencio. El tío Florián no dijo ni una palabra hasta que estuvieron nuevamente en el pueblo.


Continuará...






Mensajes para un gran amor Argentina 2010 ©
Autor: Adriana Cloudy Todos los derechos reservados


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